sábado, 13 de agosto de 2011

El archivo del Hip Hop - por Graciela Mochkofsky - (Primera Parte)



En los años setenta el Popmaster Fabel (alguna vez conocido como Jorge Pabón) pasaba los días en las calles del Harlem hispano de Nueva York “corriendo como un loquito”, al son de los cambiantes repiqueteos del barrio. Su madre lo reprendía: “Deja de moverte como un negro.” Pero Fabel no hacía caso.
La popularidad en las calles dependía de esas habilidades, aprendidas en las fiestas de las barriadas negras: un DJ hacía sonar fragmentos de percusión de varios discos de vinilo; sobre el percutir, los valientes improvisaban rimas en un micrófono, mientras otros pintaban grafiti en las paredes. Se bailaba con movimientos cortos y rebotes elásticos. Fabel practicó esos movimientos en la calle, en su casa frente al espejo, en la escuela con sus amigos, demorándose de forma imposible para tomar un lápiz del pupitre – y en cada milímetro posaba en diferentes posiciones como un maniquí.
En los años ochenta Fabel se convirtió en artista de eso que ya llamaban hip hop. Fue bailarín y coreógrafo, DJ y artista de pintura en aerosol; integró bandas musicales con nombres como The Magnificent Force o The Rocky Steady Crew; hasta ayudó a fundar un teatro Off Broadway dedicado a la nueva estética.
En los noventa hizo giras por Estados Unidos, fue el primer artista del hip hop en bailar en Cuba, ganó premios, actuó en películas. El Rock and Roll Hall of Fame lo contrató como asesor. La New School de Nueva York le pagó por enseñar a bailar a los estudiantes.

Ya en el siglo XXI curó muestras en museos, habló ante los delegados de Naciones Unidas en la “Conferencia del Hip Hop para la Paz” y acabó por convertirse en maestro e historiador de su propia vida.
El mes pasado, quince estudiantes esperaban el inicio de otra de sus conferencias. A mi lado, en la vereda, el Popmaster Fabel fumaba, nervioso. Al terminar su cigarro, exclamó: “¡Dios mío, estoy en Harvard!”.
Al día siguiente, acurrucado en un sofá de terciopelo, su colega Chuck D (antes Carl Ryder, o Mistachuck, o Chucky D, o Chuck Dangerous, o The Hard Rhymer, o The Rhyme Animal, o Crunk Bitchicana) protestó ante un público de estudiantes y académicos de la misma Universidad de Harvard, la que fuera fundada en el siglo XVII por los puritanos, la que precede a los propios Estados Unidos en antigüedad, la organización no gubernamental más rica después de la Iglesia católica que se ha convertido en una marca mundial de la educación y la cultura de las élites, y que acaba de abrir un “Archivo del Hip Hop” en su departamento de estudios afroamericanos: - El hip hop era marrón (latino) y negro.
Ahora dicen que no era marrón, dicen que es "urbano". ¿Urbano?, ¿qué quiere decir eso?, me dicen: "I love Hip Hop man", y yo les pregunto: "¿entonces aman a los negros?", y me responden: "¿eso que tiene que ver?".
En los años setenta, cuando se inventó, “el hip hop era un acontecimiento que duraba tres horas”, recordó Chuck D en Harvard. Era un happening: fiestas en las calles de los barrios negros y latinos del Bronx animadas por DJs que hacían girar discos de vinilo en una o dos bandejas, aislando la percusión en temas de reggae, rock, funk y disco. A un inmigrante jamaiquino, Kool Herc, se le ocurrió combinar dos discos simultáneos con un mezclador de sonido y “rasparlos” mientras sonaban. Creó así el breakbeat, la base rítmica del hip hop. Sobre ella se montó el “rapeo”, una escansión plebeya, a veces duelo verbal, a veces con doble sentido, por lo general de tema escatológico y sexual. Desde un micrófono, el DJ “rapeaba” sobre la música, y los chicos del barrio hacían fila por un turno en el micrófono. Las raíces de estas fiestas se hundían en los doscientos años de vida del pueblo afroamericano; en los juegos verbales que habían sido parte esencial de su vida comunitaria. Como el signifying, que recurre al doble sentido para burlarse de alguien presente; o el playing the dozens, un duelo de insultos afilados que premia el ingenio. Los movimientos esenciales del baile del hip hop también provenían del lejano pasado. En una cinta filmada por Thomas Edison en 1894, dos hombres negros demuestran, una centuria adelantados y con flexibilidad extraordinaria, cómo bailar el breakdance. Igualmente antigua es la práctica de dar un salto, caer al suelo y rebotar como un resorte, lo que el hip hop llamaría, por traslación onomatopéyica, boing. Esos y otros movimientos ancestrales acabaron como alguna de las innumerables rutinas del hip hop, como el “robot” o el “maniquí”, que Fabel recrearía en Harvard dos siglos más tarde, despertando aplausos de los estudiantes.

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